11-02-2017. UN REMANSO LLAMADO CONSOLACIÓN
No se puede decir que el sitio de
Consolación sea un paraje desconocido o ignorado, puesto que miles de personas
lo visitan cada año, pero sí creo estar en condiciones de decir que esos
visitantes proceden de los lugares inmediatos mientras que el resto, una
considerable mayoría de pobladores de la provincia, nunca se ha acercado hasta
allí y, a lo peor, ni siquiera conoce la existencia de un lugar que está muy
próximo a las virtudes naturales que, se supone, tenía el paraíso terrenal, ese
que perdimos por la mala cabeza de nuestros primeros padres. Ya lo decían, de
forma tan directa como sencilla, quienes redactaron las Relaciones Topográficas
(recuerden: siglo XVI), al definirlo como un espacio "donde hay asperezas, piedras, pinares, rambla, huerta y
fuentes" a la vez que se recoge la extendida opinión de que "dicen haberse hecho muchos milagros".
El sitio de Consolación se encuentra
inmerso en un terreno totalmente apartado de las vías convencionales, al que se
puede llegar desde diversos puntos, por caminos que surgen en la carretera CM
3201 a la altura de Villalpardo, Villarta o El Herrumblar, siendo quizá
recomendable como más cómodo y directo el primero de ellos, aunque sobre gustos
nunca se ha escrito suficiente. Como ya queda dicho, la tradición del paraje se
remonta a épocas medievales, vinculada, como en tantos otros casos, a la aparición
misteriosa de una imagen de la virgen, acompañada de inmediato por las
necesarias leyendas milagreras que se extienden como un rosario de certezas
indiscutibles. En sus orígenes, el trazado del camino real de Valencia a Madrid
pasaba por estas tierras, a través del puente de Vadocañas, que se encuentra a
muy pocos kilómetros, sobre el Cabriel, donde existía un portazgo en que se
pagaban los derechos de tránsito entre los dos reinos; en un momento
indeterminado, se levantó una pequeña ermita, vinculada a una venta con
caballerizas, donde se efectuaba el cambio de tiro de las diligencias. La fe
popular de los contornos, el trajín de los camineros y la abundancia de
limosnas de unos y otros favorecieron la construcción, a comienzos del siglo
XVIII, de un gran recinto destinado a dar hospedaje a peregrinos y viajeros y
poco después se levantó el enorme complejo religioso, con el grandioso templo
barroco que aún hoy podemos admirar y que, como es lógico, presenta en el lugar
de honor del altar la imagen de la virgen de Consolación. Hubo allí comunidades
religiosas, y por autorización de Carlos III se celebraba una feria anual que
concitaba la presencia de miles de comerciantes, artesanos y hortelanos venidos
de los más alejados lugares.
Todo eso es historia, con datos
objetivos. Otra cosa es -y a eso quiero referirme aquí- la increíble belleza de
este lugar, el sosiego que se respira, el encanto que ofrece el vetusto
caserío, con su estructura de rancio sabor popular, caballerizas incluidas, la
nobleza de la arquitectura de la hospedería, la solemne textura arquitectónica
del templo, el aroma de los recuerdos y sonidos extendiéndose a través del
follaje natural. Es como una especie de paraíso extraído de las leyendas
bíblicas para asentarlo en un rincón de la Mancha, donde la tierra se cubre de
vegetación y sobre ella cruzan arroyos y riachuelos con aguas que brotan de
incontables fuentes. Entre ellas, la de la Perlica, situada a los pies del
santuario, se lleva la palma de la afición popular. Se respira aquí no solo el
aire puro que emana del pinar circundante sino algo mucho más profundo, que se
encuentra en el ambiente natural, al menos en esta época del año; se romperá
cuando llegue Pentecostés y estos campos siempre fecundos conozcan la alegre,
dinámica invasión de los romeros que traen a la virgen, pero tras ese
paréntesis de algarabía, Consolación volverá a recuperar su sentido como
remanso pacífico. Por aquí no hay autovías, ni trenes veloces, ni camiones a
toda marcha, ni alborotos urbanos. Este es solo (nada menos) que un pacífico
remanso sin prisas en medio de la velocidad del mundo.
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