24-03-2018 CON PERMISO DEL TIEMPO Y LA AUTORIDAD
Lo
que más importa (y preocupa) es mirar a los cielos para intentar descifrar los
comportamientos indecisos de la meteorología porque, a pesar de quienes se
empeñan (es su oficio) en arrojar sobre nosotros predicciones que intentan
adelantar acontecimientos, luego sucede lo que sucede, de manera que cuando
menos se espera nos cae un chaparrón suficiente para aguar y amargar la fiesta.
Y eso, en la semana que está a punto de empezar, puede tener tintes dramáticos,
como derivación lógica en una estructura social y económica que lo juega todo a
una sola carta. No quiero ser agorero; al contrario, siento tendencia al
optimismo y, sin mirar a los mapas, estoy convencido de que la lluvia respetará
que podamos desarrollar de la mejor manera posible la actividad
religioso-lúdica-festiva-cultural que nos espera.
Pienso,
naturalmente, en los esforzados miembros de las diferentes cofradías y
hermandades cuyo afanoso trajín de todo el año merece el premio final al que
aspiran, que no es otro que salir procesionalmente a la calle, para
satisfacción personal propia y orgullosa exhibición pública del paso al que
pertenecen, pero también en todos los demás, naturales del país y visitantes,
que esperan la llegada de estos días en busca de vacaciones, más o menos
merecidas. Para Cuenca, ya lo sabemos, la Semana Santa viene a significar el
pistoletazo de salida que encamina la actividad hacia perspectivas más lucidas
que la declinante vida comercial vigente durante el periodo invernal. Más allá
de las tópicas y aburridas declaraciones oficiales sobre etéreos sueños
económicos la realidad nos vincula de manera directa hacia el turismo y a
potenciarlo y cuidarlo deberían dedicarse quienes entienden de estas cosas. Por
ello sería conveniente contar con la colaboración del tiempo, si es que hay
forma humana de convencer a tan poderoso sistema de que aparque el frío y la
lluvia y nos deje disfrutar en paz.
La
Semana Santa se ha convertido, no se si de manera consciente o por simple
evolución natural de los acontecimientos, en el eje vital que hace girar a su
alrededor la existencia toda de la ciudad. Son miles de personas, cierto, las
implicadas en la organización de esta actividad, cuya influencia trasciende al estricto
ámbito de la organización para incidir en todos los demás. No hay sector que
pueda quedar al margen o que no se vea afectado, en una manera u otra (del
tráfico no digo nada) por lo que va a suceder. Y ello sin dejar que la
nostalgia nos devuelva a tiempos pasados, en que las cosas eran bastante
diferentes a como son ahora. Nos lo dicen las imágenes tan generosamente
recuperadas y también los relatos de quienes tienen memoria para recuperar
sensaciones perdidas. Aquellas tres solitarias procesiones que ocupaban solo
los días centrales de la semana, han ido creciendo hasta cubrirla por completo,
a los que este año se unirá el único que quedaba libre, el sábado, en lo que no
se si ha sido una buena idea. Seguramente, dentro de muy poco las dudas se habrán
despejado y la nueva procesión ya no será discutida, como tampoco lo es la del
lunes.
La
Semana Santa es una festividad directamente ligada a la primavera, esa dama
esquiva y tornadiza, que parece actuar con un ligero toque de sadismo
ambiental, obligándonos a sentir frío angustioso en lo que deberían ser
jornadas templadas y placenteras. Aquí tenemos ya a ambas, la primavera y la
Semana Santa, la una recién entrada, la otra a punto de hacerlo, con su punto
de intriga inquieta por saber lo que nos van a traer. En cualquier caso,
estamos dispuestos a disfrutarlas, si el tiempo y la autoridad lo permiten.
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