11-05-2018. EL INACABABLE CASO DE LOS TERRENOS DE LA ESTACIÓN



La vida (y la historia) de Cuenca está marcada por la aparición sucesiva de varios guadianas, cuestiones y temas que van y vienen, surgen, crecen, engordan, consiguen incluso despertar algún entusiasmo en una ciudad dominada por la apatía colectiva y tras el éxtasis que nos aproxima al mejor de los mundos posibles, el asunto decae, se apaga, desaparece de las páginas de los periódicos y de las barras de los bares hasta quedar totalmente olvidado, en espera de que un tiempo después, a veces unos meses, quizá años, vuelva a tomar vigencia y ser tema de actualidad, comenzando así la repetición del ciclo, con similares características a la ocasión anterior y a la que vendrá otra vez, más adelante.
      Durante más de un siglo se ha especulado con la dificultad que supone la existencia de la estación del ferrocarril convencional y sus instalaciones anejas, incluyendo el paso a nivel y el puente sobre la avenida de Castilla-La Mancha. La estación parte la ciudad en dos, interrumpe su normal desarrollo urbanístico, estorba la funcionalidad de un amplísimo espacio, cuya inutilidad clama al cielo y ni siquiera el viario subterráneo que comunica Hermanos Becerril con el Paseo de San Antonio ayuda a resolver el problema.
     Esta problemática animó a sucesivas corporaciones municipales a intentar un acuerdo con la empresa propietaria de los terrenos, Renfe antes, Adif ahora (en realidad, las dos vienen a ser la misma moneda, cara y cruz) para liberarlos y darles una utilidad razonable. Los sucesivos acuerdos (porque han sido ya varios) giraban siempre en torno a lo mismo: construir miles de viviendas, centros comerciales, jardines, servicios públicos e incluso, en aquellos tiempos locos de utopías irrazonables, el palacio de Congresos. El penúltimo protocolo de colaboración se firmó en octubre de 2011 y en él el secretario de Estado de Infraestructuras, Rafael Catalá, asumió el compromiso de trasladar la estación a un lugar indeterminado, dejando libres para urbanizar los terrenos de la estación.
     Siguieron pasando los años. Parecía que todo el mundo se había olvidado, quizá para siempre, del viejísimo tema de sacar de la ciudad las vías del tren, cuando he aquí que reapareció de repente, por sorpresa, sin previo aviso y sin que ya nadie lo esperara. El milagro lo consiguió el entonces ministro de Justicia y diputado por Cuenca, Rafael Catalá (sí, el mismo que antes era secretario de Estado), que el lunes, 7 de marzo de 2016, apareció por aquí con su colega de gabinete, la ministra de Fomento, Ana Pastor. Los dos miembros del gobierno se reunieron con las autoridades municipales, hablaron, visitaron los terrenos y acordaron crear un grupo de trabajo para elaborar una serie de propuestas, vinculadas de paso con los estudios para elaborar un nuevo Plan de Urbanismo (otro Guadiana al que se le pierde la pista), estando todos de acuerdo en buscar una solución para que la ciudad pueda recuperar esos espacios tan inútilmente ocupados por una estación que no tiene consigna, ni kiosko de prensa, ni tiendas, ni apenas viajeros y, por supuesto, dedicada a ver pasar cansinamente un ridículo número de trenes.
    Los reunidos se pusieron un plazo para presentar un avance de conclusiones: octubre. De 2016, claro. Pero a este Guadiana ahora le toca seguir su camino bajo tierra, oculto a las miradas ansiosas e indiscretas de la ciudadanía. Como el año que viene tocan elecciones, a lo mejor entonces vuelve a salir a la superficie.

Comentarios

  1. El caso es eliminar como sea los trenes regionales, y en general todo aquello que no sea AVE o los autobuses de algún amigo del político en el poder.

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    1. Quizá no sea tan sencillo como eso pero es verdad que hay un total desinterés por el tren convencional, o sea, el de todos.

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