01 06 2018 LA VENTA DE CONTRERAS, A ESTE LADO DE CUENCA





Hay un rincón paradisiaco, al borde mismo de donde Cuenca pierde su nombre para empezar a llamarse Valencia, que se mantiene milagrosamente en pie y, según creo, con un espíritu muy vivo, cosa sorprendente en estos tiempos de cierre, liquidación apresurada y galopante pérdida de la memoria. De hecho, esto último es aplicable al caso que aquí traigo, la Venta de Contreras, que no ha merecido nunca un especial tratamiento afectuoso por parte de autoridades, instituciones y público en general de esta provincia, a pesar de que se trata de uno de los espacios más atractivos que se puede imaginar.
Hablo de la Venta de Contreras haciendo una severa apelación a la memoria, donde se almacenan recuerdos y experiencias imborrables que, a la vez, ayudan a recrear las figuras de amigos entrañables ya desaparecidos, el primero de todos, Fidel García Berlanga, un caballero a la antigua usanza, extraído de un vetusto libro de relatos del Siglo de Oro y trasplantado a nuestra época para perseguir misiones imposibles. Lo veo de pie, al borde de la margen derecha del Cabriel, apostillando las perversas intenciones de los vecinos de la otra orilla, a la que él justamente pertenecía por nacimiento y cultura, renunciando a sus orígenes para asumir los de la parte de acá.
Contreras debió ser el apellido de la familia fundadora de la aldea medieval en la que llegaron a vivir hasta 45 habitantes. La venta se construyó hacia el siglo XVI, como parada de postas para las diligencias que habían el trayecto entre Madrid y Valencia por la sierra de las Cabrillas, en un viaje que duraba siete jornadas. Las cosas mejoraron cuando se construyó la carretera del puerto y el ingeniero Lucio del Valle trazó en 1851 el espectacular puente que salva el cauce del Cabriel.
En 1950, Fidel García Berlanga adquirió la instalación y, asesorado por el arquitecto Muguruza, reformó y mejoró el aspecto general, respetando por completo su estructura básica, para convertirla en un lugar excepcionalmente agradable, como bien pudieron comprobar personajes tan dispares como Ernst Hemingway, Ava Gardner, Miguel Delibes, César González Ruano, Camilo José Cela, los Goytisolo o Fernando Trueba, por citar algunos de los innumerables personajes famosos que aquí hicieron parada y fonda pero también de otros muchos ciudadanos anónimos, entre los que me cuento, que encontrábamos un auténtico placer en ir hasta allí para disfrutar del enorme, inconmovible paisaje, del encanto de la propia venta y de la hospitalidad de su siempre amable propietario.
Ese carácter cambió cuando la nueva carretera dejó al margen venta, puerto y puente de manera que para llegar a ella hay que abandonar la N‑III y seguir el antiguo camino que desemboca al borde del río, en un paraje de impresionante y abrupta belleza, a las puertas mismas de las Hoces del Cabriel. Tras la muerte de Fidel García Berlanga en 1993, la venta pasó un momento de crisis, que parece felizmente recuperado porque su hijo, también llamado Fidel, ha encontrado un eficaz sistema para convertirla en un punto de referencia para el turismo que busca la naturaleza, el deporte, la cercanía con el medio rural y el alejamiento de los recintos masificados. Con la oportunidad de disfrutar de un pedazo de arquitectura rescatado de un tiempo ya perdido, que incluso mantiene en su interior mobiliario y decoración antiguos. La Venta de Contreras es, ya lo dije al empezar, una especie de pequeño paraíso arraigado aquí, en la misma tierra de Cuenca, no siempre sensible a lo que tan generosamente posee.


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