20-05-2017. UN HOMBRE CABAL
Hace tiempo
decidí no escribir más comentarios necrológicos, después de haber hecho
bastantes. Interrumpo ahora esa norma autoimpuesta, aunque no voy a hacer
exactamente una necrológica, al uso habitual en el terreno periodístico, pero
sí me pide el cuerpo decir algo de Andrés Moya, cuya súbita muerte tanto nos ha
impresionado a la mayoría. A mí, desde luego. Tres días antes habíamos
coincidido en un acto literario y casualmente nos sentamos uno junto al otro,
lo que dio ocasión a charlar un buen rato. Hizo un comentario elogioso sobre
estos artículos y eso siempre satisface la pequeña vanidad que uno tiene (no
tanto porque se valoren, sino porque se lean) y a la vez me habló de un par de
asuntos, uno de ellos francamente interesante, que anoté mentalmente para
seguirle la pista más adelante.
Con Andrés Moya desaparece realmente
una etapa completa de la vida de esta ciudad, que él contribuyó sobremanera a
definir tal como ahora la conocemos y eso incluye, como ocurre siempre en toda
obra humana, virtudes y defectos, asuntos bien resueltos y otros que no fueron
acometidos en la forma debida por lo que derivaron en situaciones comprometidas
que, dicho sea de paso, sus sucesores tampoco han sabido resolver de manera
satisfactoria. Pero, y esto es quizá lo primero y fundamental que habría que
reconocer al tres veces alcalde y una más líder de la oposición es que conocía
la ciudad, pateaba la ciudad, vivía al minuto lo que sucedía en cada rincón
urbano. La afición de Andrés Moya por las obras públicas fue proverbial y se
prestó a más de una amistosa chanza ciudadana sobre su frustrada vocación de
albañil, que ejercería hábilmente inspeccionando de manera constante cualquier
trabajo urbano, grande o pequeño.
Un factor que siempre me pareció muy
valioso fue su percepción del lugar en que vivimos, la comprensión de Cuenca como un ámbito
territorial marcado por la naturaleza y el paisaje. Conocía (más aún: amaba)
ese amplio fragmento de Serranía que forma parte del término municipal y era
capaz de identificar parajes, ríos, montañas y rincones. Tengo la impresión
personal de que, en los últimos tiempos, ha decaído en el ámbito rector
municipal la consideración de Cuenca como ciudad-paisaje, como centro de un
territorio de más de 900
kilómetros cuadrados en el que brilla esplendorosamente
la naturaleza y ello conduce -insisto: es una percepción sin datos- a olvidar o
no apreciar suficientemente el inmenso caudal de riqueza natural que poseemos
desde la línea por donde circula el Tajo hasta llegar a la ciudad edificada.
Andrés Moya nació a la vida política
por designación directa del gobernador de turno durante la época franquista y
pasó, con toda la elegancia y dignidad imaginables, a la democracia. Los
vociferantes muchachos nacidos después de aquel proceso disfrutan
infravalorando la importancia de la transición. Quisiera estar seguro de que,
en caso de necesidad, la mayoría de ellos sería capaz de hacer algo similar.
Andrés Moya lo hizo, como otros muchos. Fue el primer alcalde conquense de la
democracia, perdió otra elección y con la más sobria normalidad pasó a ser
líder de la oposición y lo fue durante cuatro años, mientras muchos esperaban
que dimitiese cualquier día. Entre una cosa y otra había sido senador y
presumía, porque podía hacerlo, de ser uno de los firmantes de la Constitución
de 1978.
En la historia personal, y en el
imaginario colectivo de esta ciudad (ahora ya un tanto descafeinado por razones
biológicas naturales) será recordado como el alcalde que resolvió el histórico
problema del abastecimiento de agua trayéndola desde Royofrío, algo que en su
momento se consideró un disparate. Yo lo recordaré como un hombre tolerante,
amistoso, cordial, dialogador. Fue el destinatario principal de las puyas críticas
del joven periodista que yo era y sobre ellas conversamos muchas veces, con
palabra educada y argumentos razonables. Nunca se enfadó con mis comentarios ni
se permitió hacer desplantes o mantener ánimo belicoso hacia los miembros de
otros partidos. Más todavía: esta ciudad vivió una época feliz cuando el
alcalde Moya acertó a entenderse tan fluidamente con quienes entonces eran
dirigentes y representantes del PSOE, obteniendo unos beneficios que a la vista
están. Otro gallo nos cantaría si volviese una forma de hacer política como la
que protagonizó este hombre cabal que acaba de morir.
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