22-07-2017. EN UN LUGAR DE LA MANCHA
Cualquier
tiempo es bueno para viajar, ir a sitios, conocerlos (si hasta ese momento
permanecen ignotos) o volver a visitarlos, si dejaron en nosotros, en ocasiones
anteriores, un regusto incompleto, un deseo de seguir profundizando en sus
circunstancias ambientales. Cualquier tiempo es bueno, empiezo diciendo, pero
parece que el verano ayuda a mejorar las circunstancias viajeras, anima a
romper la rutina secular de cada jornada y a buscar otros horizontes. Si quien
me lee en estos momentos se encuentra en la disyuntiva de elegir un lugar hacia
donde dirigirse para pasar unas horas o el fin de semana, le daré una pista muy
concreta, entre otras muchas: San Clemente.
Desde el
punto de vista histórico, este es uno de los lugares fundamentales en la
configuración de la provincia de Cuenca, que siempre tuvo tres ejes esenciales:
la capital en el centro, Huete hacia el norte, San Clemente hacia el sur,
delimitando así los puntos de referencia de las tres comarcas naturales que se
suelen mencionar para establecer las variadas características geográficas y
paisajísticas de nuestro territorio provincial. Pero además la villa manchega
ofrece uno de los más interesantes repertorios monumentales que están al
alcance de nuestras miradas y ello a pesar de las casi inevitables
intervenciones negativas que durante los dos últimos siglos se han llevado por
delante tantos valiosos edificios de interés arquitectónico, cosa que aquí ha
sido inteligentemente soslayada, manteniendo un sabio criterio conservacionista
que ha evitado la comisión de daños irreparables.
Quizá lo que
más llama la atención en San Clemente, desde la primera vez que se visita y
luego en cada nueva ocasión de recorrer sus calles y edificios es la serena
elegancia, el auténtico señorío que aquí se aprecia, sin necesidad de
aspavientos o declaraciones solemnes. Hay en todo el entramado urbano como una
sensación extendida de amplia serenidad, un saber que la villa está enclavada
en un tiempo indefinido no sujeto a las contingencias del momento ni pendiente
de que se produzca un suceso concreto. Aquí se asume la historia, que se
remonta a un momento medieval y crece hasta alcanzar el esplendor del
Renacimiento, en el que, por una rara y casi mágica confluencia de intereses se
da lugar a una arquitectura espléndida, señorial, conventual pero también de lo
cotidiano. El punto central, el de obligada referencia para situar el arranque
de la visita, viene a ser un ejemplo visual de lo que estas palabras intentan
transmitir. La Plaza Mayor debería ser citada siempre como paradigma de lo que
significó este concepto de netas raíces castellanas: amplia, elegante, ámbito
idóneo para la convivencia cívica, centro y resumen de las esencias del lugar.
A un lado, el poderoso perfil, de increíble belleza, que marca el antiguo
Ayuntamiento, reconvertido hoy en museo y frente a él, al otro lado de la
plaza, el actual edificio consistorial, menos suntuoso y aparente que aquél
pero de una nobleza elegante, verdaderamente señorial, como corresponde a la
naturaleza del servicio público que ahora acoge y también al que tuvo antes de
éste. A partir de aquí, el entramado urbano se desparrama en amplio despliegue
de encantamientos y sugerencias, empezando por la inmediata iglesia parroquial
que se encuentra al lado o bien pasando por los dos arcos que comunican la
plaza con los senderos que se abren para que los pasos humanos sigan
disfrutando de una propuesta tan amplia como abierta.
Naturalmente,
no es cosa de desgranar aquí una guía turística al uso, ni siquiera de dar más
pistas concretas porque no esa la intención de este artículo, sino solamente,
como se dice al principio, poner la atención en un punto muy concreto del
territorio provincial que debería ser más y mejor conocido de lo que es. Lo
merece el papel fundamental desempeñado por San Clemente en el devenir
histórico pero también, y sobre todo, por la belleza armoniosa y emocionante de
un casco urbano irrepetible.
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